A Monseñor le gusta el hiyab

A propósito de la adolescente del instituto de Pozuelo de Alarcón a la que le prohiben vestir velo islámico, Monseñor Camino, pensó "quiénes somos nosotros para oponernos a esa imposición religiosa, con la ilusión que nos haría ponérselo a todas las mozas, nuevamente"; ¡viva el hiyab! La cría tiene todo el derecho del mundo a demostrar su recato femenino. Porque se trata de eso, de mantenerse discretamente oculta para no tentar al demonio.
Qué curioso, quien defiende la tonsura o el afeitado de la cabeza masculina en aras de alcanzar a sabiduría divina, promueve el ocultamiento de las pecadoras, de las insignificantes mujeres.
Pero más estupor me producen los paternalistas izquierdosos que abogan por el respeto a los valores culturales diferenciales.
Covendría preguntarse: ¿qué conviene reclamar, los derechos o la costumbre; la justicia o la tradición? Porque, de entrada, una puede respetar lo diferente, hasta que observa que el respeto por la costumbre, por las religiones y ciertas marcas identitarias prevalece por encima del derecho al más elemental de los valores democráticos: la igualdad.
Parece ser que nuestro Ministro Gabilondo, relativista del "hay que respetarlo todo", tropieza en esa misma piedra, verán por qué. No es una cuestión de respeto, señor ministro, es de derechos humanos.
Opino que se le haría un flaco favor a esa adolescente permitiéndole el acceso a las aulas, vestida con un atuendo que no tiene utilidad práctica sino que en su cultura (y en casi todas) simboliza sumisión; sería perpetuar su discriminación hipócritamente, y legitimar su segregación cultural.
Su centro de enseñanza obró bien al no privarle de su derecho a la igualdad, le tendió una mano hacia la civilización. Poco importa que la criatura o su familia quisieran gozar de este privilegio democrático, las instituciones públicas están obligadas a velar porque se cumplan sus derechos.
No habría que refugiarse en reglamentos de "urbanidad": unha visera de adolescente rebelde no es lo mismo que un velo de mujer musulmana; por favor, las connotaciones, incluso son opuestas aunque los dos elementos cubran parcial o totalmente la cabeza.
Lo que importa es que esta reivindicación carca del velo se está experimentando también en el mismo Oriente Medio.
El año pasado, el guía de mi viaje a Egipto, musulmán, para más datos, comentaba el alarmante aumento del integrismo en su país. Recordaba que en los años ochenta, apenas el 20% de las mulleres usaban velo, y hoy aproximadamente un 80%. La misma proporción se experimentaba en el acceso al culto en las mezquitas, donde obviamente, obligan a las mujeres a cubrirse, en algún templo, incluso los brazos; pero en otros no, en absoluto; invitaban a pasar y mostraban con orgullo su occidentalización: "aquí no velo", gesticulando simpáticamente sobre sus turbantes. Seguramente, era la estela de Obama que acababa de visitar El Cairo.
En gran medida, esta radicalización religiosa, de sus ritos y símbolos es atribuida a la saudización de la cultura egipcia. "Hasta los 80, Egipto era un país totalmente occidental", manifestaba el guía musulmán.
Supongo que estos indicios deberían alertarnos, e impedir que los integrismos religiosos nos coman las papas, como papanatas del multiculturalismo.
Le debemos un indiscutible legado a la cultura musulmana en el ámbito de la música, la literatura, la arquitectura; o las matemáticas. De todo ello pueden extraerse marcas identitarias; y los cabellos y las ideas de esos estigmas del pasado.

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